La caída del poder papal en Roma, 20 de septiembre de 1870

Al amanecer del 20 de septiembre de 1870, más de 15.000 soldados del ejército papal, la mayoría de ellos zuavos (voluntarios de Francia, Bélgica y los Países Bajos), estaban preparados para hacer frente al ataque de los sitiadores, francotiradores y soldados del ejército italiano que llevaban días esperando la declaración de renuncia de los Estados Pontificios.

A las 9 de la mañana, el piamontés Raffaele Cadorna, dio la primera señal. Fue el instante en el que comenzó la refriega. Al estruendo de los disparos se unió la caída de gran parte del muro que se extiende a escasas decenas de metros de la Porta Pía. La arremetida fue masiva, hasta el punto de que los defensores no pudieron resistir mucho tiempo. Se acababa así el poder de los papas, un gobierno que había durado más de mil años.

La Porta Pía estaba completamente destrozada. De todas las estatuas, tan solo quedaba intacta una de la Virgen María. El suelo estaba cubierto de tierra, escombros y montones de piedras y  cuerpos inertes por todas partes. Todo transcurrió en una mañana de septiembre, un hecho histórico para Roma y para Italia. Lo que hasta hace unos años atrás había resultado una quimera, que ni el propio Garibaldi había podido conseguir, ahora era una realidad.

Lo cierto es que, unas semanas antes, se había producido en Europa la Batalla de Sedan, una contienda destinada a cambiar el equilibrio político y diplomático europeo durante muchos años. En ella, la Prusia de Bismarck entró en guerra contra la Francia de Napoleón III, el mejor amigo italiano y que, al mismo tiempo, era el mayor protector del dominio papal en Roma. Con la derrota de Francia ante Prusia y la captura del emperador Napoleón III, el camino a la caída de los Papas estaba expedito.


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