Visitar las playas de Goa, en la India

Cuando pensamos en la India, sus playas no son lo primero que se nos viene a la mente, especialmente cuando son esos colores, espiritualidad y templos lo que convierten al país del curry en uno de los más carismáticos del mundo. Sin embargo, os gustará saber que su costa alcanza hasta más de 7.500 kilómetros de cocoteros, dunas y sí, también vacas. Para encontrar el mejor ejemplo nada mejor que viajar a las playas de Goa, en la India.

Playas de Goa: vacas, palmeras y una rave

En 1510, el portugués Alfonso de Albuquerque alcanzó las costas de Goa, al sudeste de la India, con intenciones de proseguir con los planes de Vasco de Gama por convertir la costa del país en una zona estratégica entre Europa y Oriente a nivel comercial, especialmente en lo que al tema de las especias se refería. Cuarenta años después el catolicismo ya se había extendido en forma de iglesias coloniales en mitad del trópico y Goa se convertía en la mayor base naviera de toda la costa india.

Los vestigios de este período aún pueden apreciarse en el que es el estado más pequeño de la India, el mismo en el que  se come el goan bacalhau y las calles tienen nombres como Fundaçao o Natale. Un entorno cuyo gran encanto reside en una costa antaño frecuentada por colonos y conquistadores, por los músicos que cantaban en el mítico Tito’s durante la era hippie y, actualmente, por un conjunto irresistible de occidentales bronceados, artistas o unos locales perfectamente adaptados al entorno, el mismo en el que cientos de hippies hacían la parada oficial entre Oriente Medio y países como Tailandia para entregarse a los atardeceres, exotismo y fogatas de esta costa de ensueño.

Playa de Arambol © Alberto Piernas

Lugares como Anjuna o Arambol, dos de las mejores playas de Goa Norte, destacan por la paz que rezuman sus cocoteros inclinados, las vacas que duermen tranquilamente en la arena y unas mujeres indias que pueden desde llevar canastos sobre la cabeza hasta detenerse a leerte la mano mientras paseas por uno de los muchos mercados típicos de la zona, un clásico que puede volverse algo agobiante en lugares como Calangute y su playa, la cual descartaría de la ruta por resultar demasiado occidetalizado y bullicioso.  Si decidís quedaron en Anjuna, por ejemplo, desayunar o cenar en The German Bakery es una genial opción, ya que además de todo tipo de manjares indios y orientales, también celebran espectáculos de magia y danza india al caer el sol en un ambiente de lo más singular.

Algunos de los bañistas de las playas de Goa suelen ser extranjeros retirados que decidieron sucumbir al sol hasta el fin de los tiempos (a mi me gusta llamarlos «Espaldas Negras»), y locales con camiseta aún cuando estamos a cuarenta y tantos grados.  Respecto al color del mar, la India no es Maldivas ni Sri Lanka, pero la extensión y entorno de sus playas compensan la falta de transparencia, convirtiéndose en playas únicas, donde conviven todo tipo de negocios, personas y formas naturales.

Y mientras escribes en un cuaderno y degustas un Thumbs Up (una Coca Cola doblemente dulce) en la arena, dos niñas que no han llegado a cumplir ni los diez años van cargadas de pulseras y se presentan ante ti como Jessica y Catherine, a fin de conseguir conquistar a unos viajeros que quizás no adivinen del todo el horror escondido bajo esas sonrisas y madres postizas.

Después, una mujer consumida pasa junto a ti y te cuenta acerca de los muchos meses de calor bajo los que tiene que trabajar para recaudar dinero y poder volver al otro lado del país, donde una familia entera está esperándola. Una realidad resignada que aún así trata de ocultar sus pesares bajo colores y entretenimiento, algo de lo más común en un país que continúa siendo uno de los más desiguales del mundo a pesar de presumir de un ejemplar sistema democrático.

Para cuando atardece las vacas continúan en su mismo sitio, visitantes y comerciantes cansados se sientan en la arena y el atardecer sobre el Mar de Arabia se convierte en toda una bendición. A medida que el sol se aleja la playa de Goa parece contraerse, las palmeras son mecidas por la brisa y los chiringuitos facilitan sus miradores de palma en las terrazas a fin de que todo el mundo pueda disfrutar de esta estampa privilegiada.

Al anochecer, tras echar un último vistazo por el mercadillo  típico (en el cual los mismos vestidos que se venden en Ibiza en verano valen cinco veces más baratos), regresamos a la selva junto a las vacas, a las que regalamos dados de piña que vinimos comiendo desde la playa. De repente nos envuelve un silencio selvático, seguido del sonido de fiestas que parecen venir de otra época. Habíamos olvidado que estábamos en la meca del llamado Goa trance, uno de los lugares favoritos del mundo para las raves iniciadas en los 80 como extensión del movimiento hippie.

La mejor guinda para un lugar que no deja a nadie indiferente, salvo a esas vacas que prosiguen su ruta esperando encontrar más trozos de fruta en esta tierra generosa.


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